miércoles

BESO A BESO...

Si la doncella besa al sapo, lo vuelve príncipe. Si el príncipe la besa a ella, la despabila de su pequeña muerte. Los amantes, que siempre lamentan el haberse encontrado tan tarde, con una ligera presión de los labios recobran algo. “En un beso sabrás todo lo que he callado”, le hace decir Neruda a Melisanda cuando conoce a Pelleas. Con ese único verso, aunque convertido en cita coleccionable, sigue develando Neruda la capacidad de condensación, de revertir el orden cronológico que caracteriza al besar en el discurso amoroso.

Como señala Loeffler, las princesas sueñan en el fondo de sus palacios como en el fondo del inconsciente andan los recuerdos y las intuiciones. Las bellas no están todas dormidas pero, de un modo u otro, se hallan siempre al margen de la acción; cada bella inmovilizada representa una posibilidad en estado pasivo. El beso, ese anhelo de disolverse en lo disuelto, es lo que saca a esa potencia de su pozo y ahí justamente es donde suele darse por terminado el relato.

Fruto secreto que puede desmentir las expectativas, o superarlas, es a la vez dos cosas opuestas, ni tan único como cada uno se hace ilusiones, ni tan original –el cine nos lo legó estrictamente pautado con plano medio, labios entreabiertos, roce e incipiente francés, ojos cerrados, la caricia que acomoda ligeramente la rotación de los rostros– es el comienzo íntimo de una historia, pero también la imagen fija de su “The End”.
PUEDE BESAR A LA NOVIA
Cómplices anuncian sacerdote y juez en la vida real –se notará que los más políticamente correctos evitan a “la novia” y a su postura sumisa– “pueden besarse, si quieren”. Cómplices con los novios que no vinieron a pedir ese permiso, con el público presente que ingresa así con aplausos a una intimidad legalizada.

Hay dos besos. El que sella el secreto entre dos, el que expone un estado a la platea. El beso –y no la caricia, no el acto sexual, ni siquiera el baile del caño o la confesión– pertenece por igual al ámbito de lo público y de lo privado.

Por un lado, es la llave a la intimidad: la forma de besar, su intensidad, hablan de otras cosas. Intervención de un cuerpo en el cuerpo del otro, comienzo del juego amoroso, introducción al erotismo marcado por los signos del abandono, la entrega, el apasionamiento, el desborde.
Pero por otro lado, el beso es público y es el final, la respuesta a todo lo que había tenido en vilo a los amantes –¿será que me desea? ¿le gustaré, me gustará?– y también en tensión a todo un público del folletín –¿termina bien o termina mal? ¿se juntan o no se juntan?–.

Señal del desgaste matrimonial, mitología de una prostitución que resguarda sus sentimientos desviando la cara, la ausencia de beso va en contra del amor. Ya bien lo dice el refrán eligiendo la imagen menos romántica para castigo de aquellos que por rutina o por descuido perdieron el don: “amor sin beso, pizza sin queso”.
LABIO SOBRE LABIO SOBRE LABIO
No se sabe quiénes dieron el primer beso. Las conjeturas que se lo disputan, como las cosmogonías, son todas fascinantes y coherentes. Algunos antropólogos dicen que se trata de un gesto heredado de las épocas primitivas en las que las madres pasaban el alimento de su boca a la de sus hijos. Claro que muchos animales se pasan así la comida y después nunca se besan. Existen culturas sin beso.

Otros dicen que proviene de la creencia milenaria de que en los fluidos de las bocas las almas encuentran oportunidad de fusión. Otros científicos hace un par de siglos aseguraron –midiendo los efectos en el cuerpo de los besadores– que el beso producía corriente eléctrica.

Los estudios más modernos se ríen de todo lo anterior y trazan una ruta hormonal, no por eso menos erótica ni definitiva: los labios se contraen y se dilatan suavemente activando 34 músculos. El cerebro recibe suficientes mensajes como para producir un abundante caudal de la oxitocina –responsable de la sensación de apego, devoción y cariño–. Aumentan los niveles de dopamina –asociada a la sensación de placer–, de serotonina, de testosterona. Las glándulas adrenales segregan adrenalina que aumentan la presión arterial y la frecuencia cardíaca, el pulso puede alcanzar las 150 pulsaciones. Además, el acto de besarse también estimula la parte del cerebro que libera endorfinas –las hormonas de la felicidad, la sensación del éxtasis–. Visto así, se comprende perfectamente que hace muy poco tiempo y con menos educación sexual que ahora, muchas mujeres pensaban que un beso podía dejarlas embarazadas o que se pensara que esta intimidad también bastaba para transmitir el virus del VIH.

Aun así, no cualquier príncipe despierta a la Bella Durmiente ni cualquier Bella transforma a la Bestia, el Kamasutra por ejemplo, registra 30 tipos de besos con sus efectos y contextos correspondientes. Recuerda que tres sentidos –el gusto, el tacto y el olfato– se comprometen y enumera lugares –la frente, lo ojos, las mejillas, el cuello, el pecho, los senos, los labios y el interior de la boca–.

Los recomendables para las damas jóvenes son el nominal (“ella sólo acerca los labios a los de su compañero”), el palpitante (“ella toca el labio apresado en su boca y mueve su labio inferior pero no el superior”) y el beso de tocamiento (“toca el labio de su amante con la lengua, y con los ojos cerrados, pone sus manos sobre las de su amante”). Y entre los más osados está la “línea de joyas”, mordiendo con todos los dientes en la garganta, las axilas o las ingles, “la nube quebrada” que consiste en desiguales levantamientos de la piel en círculo, producidos por los espacios que hay entre los dientes.

Quien haya besado sabe perfectamente que lo que ocurre no ocurre sólo en la boca ni en los labios. Quien haya buscado el beso, sabe que no hay instructivos que marquen el camino. Y que tal vez sea la imaginación o el recuerdo lo que hizo decir a Melisanda: “Cuando yo muerda un fruto tú sabrás su delicia”. Y que Pelleas respondiera: “Cuando cierres los ojos me quedaré dormido”.


Por Liliana Viola

1 comentario:

jaguar del Platanar dijo...

Rico besar.
Más si se ama.